Vinimos a este mundo para aprender a amar y ser amados. Un hombre estaba poniendo flores en la tumba de su esposa, cuando vio a un chino colocando un plato de arroz en la tumba vecina. El hombre se dirigió al chino y le preguntó, levemente burlón:
−Disculpe, señor, ¿de verdad cree usted que el difunto vendrá a comer el arroz? −Sí −respondió el chino−, cuando el suyo venga a oler sus flores…
Juzgar nos separa del otro
Juzgar constantemente a las personas que nos rodean obstaculiza nuestros vínculos, porque nos separa de ellas. Por el contrario, la actitud de asentir −decir sí− al otro tal como es, nos ayuda a relacionarnos sanamente.
Los juicios anulan nuestra capacidad de percepción y, muchas veces, nuestra objetividad. Si decimos que alguien es soberbio, captamos los signos de soberbia que reafirman nuestro juicio, pero no percibimos todos sus signos de humildad, recortamos la realidad, no la integramos.
Quizás aprendimos a hacerlo
Si, en los vínculos primarios de nuestra vida, hemos sido juzgados, aprenderemos a vincularnos juzgando al otro. Actuaremos tal como lo hicieron con nosotros y lo justificaremos de distintos modos: que lo hacemos para ayudar al otro, que lo hacemos porque lo queremos, que lo hacemos para mejorar al otro, etc.
Cuando vivimos juzgando a los demás, nos colocamos en una posición de superioridad: la de quien decide y sabe lo que está bien y lo que está mal; y qué actitud es la correcta en cada situación. Y los otros están allí para recibir nuestra aprobación o reprobación. Éste el problema.
Juzgar nos aleja del paraíso
El juez establece los parámetros sobre lo que está bien y lo que está mal, lo correcto y lo incorrecto.
Ahora bien, la pregunta es ¿estamos seguros de que siempre podremos proceder de la manera en que pregonamos?; ¿podemos asegurar que nunca elegiremos lo que reprobamos?, en términos del evangelio: ¿podemos tirar la primera piedra?, ¿es nuestro rol juzgar a otros?, ¿o vinimos a este mundo para aprender a amar?
Porque no vinimos al mundo para juzgar
Hay una pregunta muy sencilla y profunda, a la vez, que viene bien para reflexionar sobre este tema: ¿cómo sería yo, si eso me estuviera pasando a mí? Una pregunta que abre el corazón.
Cuando juzgamos, nos olvidamos de ponernos en el lugar del otro, cerramos nuestro corazón. Entonces, nos quedamos solos, aunque estemos rodeados de gente.
En cambio, cuando decimos sí, asentimos y no juzgamos, podemos ver al otro tal como es, saber quién es, qué le pasa, cómo se siente.
Sino para amar
Así, nuestros vínculos se hacen más profundos y sanos, éste es el verdadero significado de la incondicionalidad en el amor: ASENTIR −decir sí− sin juzgar ni querer que el otro haga o sea como yo creo que debe ser.
Comenzando por uno mismo
No nos critiquemos duramente y evitemos juzgarnos a nosotros mismos, cuando nos descubrimos juzgando a otros, porque no nos ayudará a modificar esta actitud.
Si, al advertir que estamos juzgando, nos detenemos ahí mismo, ¡ya hemos dado un gran paso!
El momento del “darse cuenta” constituye uno de los pilares fundamentales del cambio.
Si nos enjuiciamos por juzgar, fortalecemos este hábito. Aquí también debemos decir sí, asentir, luego, llegará solo el cambio deseado. Hay que darse tiempo.
Síntesis
Dejar de juzgar es comenzar a conocer al otro verdaderamente. Conocer para asentir, decir sí. Quien asiente nunca está solo.
Para reflexionar:
Respetar las opiniones del otro es una de las mayores virtudes que un ser humano puede tener.
Las personas son diferentes, por lo tanto, se comportan y piensan de modo diferente.
¿Para qué vinimos a este mundo? “Vinimos a este mundo para aprender a amar y ser amados.”
La espiritualidad nos ilumina el camino
Si juzgas a la gente, no tienes tiempo para amarla
Madre Teresa de Calcuta
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