Jesús manda a los discípulos a la otra orilla, y luego de des- pedir a la gente, sube a la montaña para orar. Mientras tanto, una tormenta sorprendió a los discípulos en medio del mar, la barca era batida por las olas, y el viento contrario hacía difícil avanzar. Pero Jesús en ese momento estaba en íntimo diálogo con el Padre, y sus discípulos estaban protegidos. El mar, sobre todo el mar encrespado, es símbolo de las fuerzas amenazantes del mal. Por eso el Apocalipsis dice que en la Jerusalén celestial “el mar ya no existe” (Apoc 21, 1). Luego Jesús se acerca a ellos caminando sobre el lago, pero no pueden reconocerlo y se llenan de temor. Cuando Jesús dice “Yo soy”, nos recuerda el Nombre glorioso de Dios (Éx 3, 14).
Pero en medio de esta escena vemos a Pedro con una reacción extraña. Él también quiere caminar sobre las aguas, experimentar esa libertad maravillosa en medio de la tormenta amenazadora. Y ante el espectáculo de Jesús sobre las aguas parece perder todo temor. Pero esta experiencia sobre las aguas le hace experimentar la misma fragilidad que luego lo llevará a negar cobardemente a Jesús. Mientras Pedro miraba a Jesús y confiaba en él, podía caminar sobre las aguas, pero al poner su atención en la tormenta que lo rodeaba, comienza a hundirse. Jesús lo acusa de desconfiado para que descubra que su fuerza no está en sí mismo, sino en el poder y la obra de Jesús a través de él. Pero a pesar de la falta de docilidad de Pedro, Jesús escucha su grito, extiende su mano llena del poder divino, lo toma, y lo levanta.
También nosotros podemos pedir auxilio en momentos de extrema necesidad, exigiéndole a Dios una solución, pero puede suceder que nuestro corazón no esté lleno de confianza en él, que no permitamos que él lleve nuestra vida. Aún cuando le pedimos socorro, nuestra mirada está puesta en las dificultades, en las tormentas, pero no en él, en sus ojos, en su amor.
Pero en medio de esta escena vemos a Pedro con una reacción extraña. Él también quiere caminar sobre las aguas, experimentar esa libertad maravillosa en medio de la tormenta amenazadora. Y ante el espectáculo de Jesús sobre las aguas parece perder todo temor. Pero esta experiencia sobre las aguas le hace experimentar la misma fragilidad que luego lo llevará a negar cobardemente a Jesús. Mientras Pedro miraba a Jesús y confiaba en él, podía caminar sobre las aguas, pero al poner su atención en la tormenta que lo rodeaba, comienza a hundirse. Jesús lo acusa de desconfiado para que descubra que su fuerza no está en sí mismo, sino en el poder y la obra de Jesús a través de él. Pero a pesar de la falta de docilidad de Pedro, Jesús escucha su grito, extiende su mano llena del poder divino, lo toma, y lo levanta.
También nosotros podemos pedir auxilio en momentos de extrema necesidad, exigiéndole a Dios una solución, pero puede suceder que nuestro corazón no esté lleno de confianza en él, que no permitamos que él lleve nuestra vida. Aún cuando le pedimos socorro, nuestra mirada está puesta en las dificultades, en las tormentas, pero no en él, en sus ojos, en su amor.