Cada año celebramos Semana Santa y Pascua. Pero cada año somos personas distintas, por todo lo vivido en el tiempo que transcurrido desde la última celebración. En la Cuaresma, hemos reflexionado sobre nuestra vida de hijos de Dios, sería bueno que no nos quedemos sólo en lo negativo, que seamos capaces de ver en qué hemos crecido, simplemente por haber acogido la gracia y haber estado abiertos a lo que el Señor nos pedía.
En la Semana Santa, viviendo las celebraciones propias de cada día, no podemos hacerlo como algo que se repite cada año. Eso sería una repetición con mentalidad pagana. Vivir la Semana Santa es hacer memoria del camino seguido por Jesús en su deseo de alcanzarnos la salvación. La palabra salvación y la idea que expresa, suponen un misterio en el que nos sumergimos, desde la fe, y que tienen un alcance nos supera, que solo de a poco lo podemos entender y vivir.
La Pasión y la Muerte de Jesús tienen como fin destruir el pecado del mundo, una actitud frente a Dios y frente a la via, una mentalidad muy lejana a lo que a través de Jesús nos revela la Palabra. Generalmente pensamos el pecado desde lo personal, en aquellas cosas que deterioran nuestra relación con Dios y nos alejan de El. Y esto es real y verdadero. Pero como cristianos adultos en la fe, debemos ser capaces de pensar y considerar que las cosas que vemos mal en la sociedad en que vivimos, también son parte del pecado del mundo del que nos tenemos que hacer cargo, por indiferencia u omisión. Por comodidad, indiferencia, egoísmo, muchas veces nos hacemos cómplices de situaciones no queridas por el Padre de todos los hombres. Y sobre esto también es bueno que reflexionemos. Jesús vivió el Camino de la Cruz y hoy lo sigue viviendo en todos aquellos que son víctimas de muchas situaciones injustas, imperdonable.
Tal vez este año debamos celebrar la pasión con la mirada y la oración puesta en nuestra realidad, que en cierta manera sigue repitiendo cosas que nos son conformes con el plan de Dios.
La Vigilia Pascual está impregnada, atravesada por la pascua del antiguo pueblo de Dios y la Pascua de Cristo. La Pascua de Cristo presente en el bautismo que se celebra esa noche y en el recuerdo de nuestro propio bautismo, cuyo compromiso renovamos. Este Bautismo que nos sumergió en la muerte y resurrección de Cristo, a partir de lo cual, se nos abrió un camino de vida nueva que establece nuestra comunión con el Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. La vida es algo que crece, y la comunión también, por la presencia permanente de Dios, que por amor permitió que su Hijo se entregara por nosotros.
La alegría de la Pascua es poder vivir esto siempre. Por eso murió y resucitó Jesús. Vivir la Pasión y Resurrección de Jesús, es celebrarla pensando que la vivimos en nuestro bautismo y la hacemos presente cada vez que celebramos un sacramento, en especial la Eucaristía. Una vez al año la Madre Iglesia, nos invita a hacer memoria de este misterio, para que podamos profundizarlo y vivirlo de una manera especial, para que vayamos comprendiendo cada vez más su importancia y podamos asumir la realidad de que hemos sido salvados, más allá de lo difícil que pueda ser nuestra vida cotidiana.
¡Feliz Pascua en ese día y cada día de nuestra vida!